Asociamos el duelo al periodo por el que pasamos tras el fallecimiento de un ser querido, usualmente ligado a sentimientos de tristeza, pena, llanto, vacío… Sin embargo, el duelo abarca mucho más: el duelo es todo proceso de adaptación por el que transitamos cuando hemos sufrido una pérdida significativa en nuestras vidas. Esta pérdida no tiene por qué referirse a un fallecimiento: podemos pasar por un duelo tras una ruptura dolorosa, tras un diagnóstico que nos cambia la vida, tras una mudanza o desplazamiento forzado que quiebra relaciones y altera nuestro día a día, etcétera.
La clave del duelo, por tanto, está en “pérdida significativa”: lo que es importante para una persona puede no serlo para la siguiente, por lo que dos personas que han sufrido una misma pérdida pueden no requerir este periodo de adaptación. Es por esto por lo que nos referimos al duelo como un proceso único, propio y personal, que dependerá siempre de las circunstancias de cada persona que deba transitarlo.
A pesar de ello, existen modelos que han tratado de explicar el proceso del duelo. Uno de los más famosos es el modelo de las cinco fases de Kübler-Ross, el cual explora este proceso a través de los sentimientos que surgen a raíz de la pérdida, concretamente: negación, ira, negociación, depresión y aceptación.
Es importante recalcar que este modelo, aunque se presenta como lineal, no lo es. Un doliente no tiene por qué pasar por todas las fases, ni en el orden aquí descrito; asimismo, es probable que se den varias fases a la vez, o que se salte de una fase a otra para volver a la anterior. Eso no significa que no haya progresos en el proceso de duelo: cada uno lidia con su pérdida de la forma que puede con las herramientas y recursos que tiene.
Las 5 fases del duelo
1. NEGACIÓN
La negación suele ser la primera reacción que tenemos ante la pérdida o ante la noticia de la pérdida. Tienden a ir acompañada de un estado de shock, o de un embotamiento emocional que no permite procesar lo ocurrido.
Esta negación se manifiesta típicamente de tres formas:
- La negación de la pérdida en sí misma, la incredulidad ante tal hecho: “Esto no está pasando, esto no puede haberme ocurrido a mí”
- La negación de la importancia de la pérdida: “Sólo era un perro, qué más da (aunque fue mi mascota y amigo durante 15 años)”
- La negación del carácter definitivo de la pérdida: “Hemos tenido otras discusiones antes, no pasa nada, lo solucionaremos como siempre (aunque esta vez me ha dejado los papeles del divorcio, pero les estoy haciendo caso omiso)”
La negación tiende a tener una aparición breve, al inicio del proceso de duelo, con carácter de autoprotección. Nos permite preparar nuestras herramientas y recursos antes de enfrentarnos a la realidad de la pérdida, antes de encararnos a un mundo absurdo y extraño donde aquello que era importante para nosotros ya no está.
A veces, esta negación puede resurgir en algunos momentos delicados, cuando pensamos que ya hemos comprendido la pérdida. Por ejemplo, nos encontramos pensando que nuestro padre cruzará la puerta de casa a su hora habitual, o que nuestra hija no está en casa porque le tocaba viajar por trabajo, como de costumbre. Nuestro cerebro tiene una forma de dosificar el dolor y de exponernos lentamente a la realidad; de lo contrario, el dolor de la pérdida nos abrumaría.
2. IRA
Enfrentarnos a la realidad de la pérdida, a menudo, va acompañado de frustración, de impotencia, de enfado: ¿por qué ha pasado esto? ¿quién lo ha permitido? ¿quién lo ha provocado? ¿quién es el culpable? ¿por qué me ha pasado a mí? ¿pude hacer algo para evitarlo? ¿por qué nadie lo evitó? ¿qué he hecho yo para merecerlo?
Muchas de estas preguntas quedan sin respuesta, o sin una respuesta satisfactoria. A pesar de ello, es común que les busquemos una: tratamos de atribuir la responsabilidad, la culpa, de lo sucedido a alguien o a algo, ya sea a otras personas o a uno mismo. Esta atribución no siempre es real, pero es la respuesta natural que tenemos ante un evento que nos resulta tan antinatural. Las pérdidas no se escogen, no se controlan, y esa falta de control nos atemoriza, nos hace sentir impotentes, nos frustra. Todo ello puede llevar a que sintamos rabia e ira.
A veces, también podemos sentir rabia hacia el ser querido que hemos perdido: por qué nos ha abandonado, por qué no se cuidó más, por qué nos ha dejado solos/as, por qué nos ha dejado con todas estas responsabilidades… Racionalmente, entendemos que las circunstancias de su fallecimiento escapaban a su control —igual que escapaban al nuestro—, pero, emocionalmente, sólo sentimos que no debería habernos dejado, al menos no ahora, no sin estar preparados.
En ocasiones, la ira sirve como protección. La rabia agota física, mental y emocionalmente, no sólo a nosotros sino también a nuestro entorno, pero estamos socializados para sentirnos más cómodos con el enfado que con la tristeza. A veces, es nuestra forma de no entrar en contacto con la pena, la soledad y el dolor que acompaña a la pérdida. Pero también nos puede aportar un espacio donde anclarnos mientras tratamos de navegar esta etapa. El duelo puede sentirse como un proceso confuso donde no sabemos qué hacer, decir o sentir, pero, quizá, si dirigimos nuestra rabia a un único punto de forma temporal (terceras personas, poderes superiores, la vida, etc.), consigamos encontrar la manera de volver a sentar los pies en tierra.
3. NEGOCIACIÓN
Esta fase se manifiesta a través de preguntas, pactos, condicionales:
- “¿Y si hubiéramos ido antes al médico? ¿Le habrían detectado antes la enfermedad?”
- “Prometo ser mejor persona, pero, por favor, devuélveme a mi hija”
- “¿Y si dejo de fumar, y de beber, y comienzo a hacer ejercicio? ¿Me pondré mejor?”
- “Haré lo que sea, pero necesito que se acabe este sufrimiento”
- “¿Y si me voy yo en su lugar?”
En la mayoría de las ocasiones, la persona que negocia es consciente de que no puede pactar con nada ni nadie para conseguirlo. Esta negociación es una manifestación desesperada por acabar con nuestro dolor: queremos retroceder en el tiempo, queremos que nos sea devuelto aquello que hemos perdido, queremos que nuestra vida sea como siempre, pero sabemos que es imposible.
Estos momentos de negociación suelen ser cortos, transitorios, como puentes entre otras emociones más profundas propias del duelo. Nos pueden servir para repasar todo lo que ocurrió y lo que no ocurrió, con más o menos emocionalidad, pero la conclusión será la misma: la realidad de la pérdida.
4. DEPRESIÓN
Este es el sentimiento más asociado al proceso de duelo, y, comúnmente, el que más dura. Llega al darnos cuenta de la realidad de la pérdida, de su irreversibilidad y de sus consecuencias en nuestra vida, y se instaura junto con sentimientos de vacío, de soledad. De repente, somos conscientes de la futilidad de la vida, nos preguntamos: ¿por qué? ¿Por qué seguir adelante? Y si lo “hacemos” (si hacemos nuestras actividades de diario, si vamos a trabajar, si mantenemos nuestras rutinas), nos preguntamos ¿para qué?
La tristeza y la depresión están altamente estigmatizadas en la sociedad. A la gente le incomoda estar frente a otra persona que está triste, que llora, que se cuestiona el sentido de la vida. A nosotros mismos nos puede incomodar estar tristes, porque no sabemos convivir con la tristeza, y queremos que desaparezca cuanto antes. Sin embargo, ante una pérdida significativa, lo raro sería no sentir pena: pena por aquello que perdimos, pena por tiempos mejores, pena por lo que ya no viviremos.
La tristeza nos puede acompañar durante tanto tiempo y de tantas formas que puede llevarnos a la desesperanza y al desamparo. Habrá quien llore y habrá quien no sea capaz de formar lágrimas; habrá quien no pueda salir de la cama y habrá quien mantenga sus hábitos diarios, aunque sea con un sentimiento de vacío; habrá quien sienta que está “mejor”, y entonces algo desencadene de nuevo este sentimiento… A menudo, puede sentirse como una etapa de sufrimiento infinito, que jamás nos abandonará.
La tristeza es dolorosa, pero como en todas las etapas del duelo, tiene una función. La tristeza nos obliga a parar, nos hace lentos y nos fuerza a un estado letárgico que nos sirve para observar este nuevo mundo tras la pérdida. De una forma u otra, nos abre un camino desde el vacío para que podamos reconstruirnos y adaptarnos.
5. ACEPTACIÓN
Cuando hablamos de la “última etapa” del duelo, se suele entender que, con esto, dejamos de sufrir o que “estamos de acuerdo” con lo ocurrido; o, incluso, que “olvidamos” aquello que perdimos. La realidad es completamente diferente.
La aceptación se refiere a comprender que la pérdida es definitiva, permanente, y que no podemos hacer nada por cambiarlo. Se refiere a la capacidad de convivir con el dolor de la pérdida, de modo que este dolor no nos impida continuar con nuestras vidas. No significa que olvidemos o que no duela, sino que podemos seguir viviendo a pesar de la pérdida.
Jamás podremos estar “de acuerdo” con lo sucedido. Hemos sufrido una pérdida tan importante para nosotros que nos ha alterado la visión de nuestro mundo, y eso no nos gustará nunca. Tampoco dejará de doler, porque no es posible que no duela la pérdida de algo o alguien tan querido. Sin embargo, habremos tomado suficiente distancia emocional y habremos trabajado para construir una nueva realidad donde esta pérdida esté integrada, siendo capaces, de recordar con cariño tiempos pasados.
Aceptar significa encontrar nuevas formas de tener presentes aquello que amábamos y que hemos perdido, sin que ello nos impida seguir adelante con nuestras vidas y encontrar nuevos objetos de afecto, nuevas relaciones, nuevas actividades. El dolor de la pérdida deja de inundar nuestro día a día, y volvemos a tomar las riendas de nuestra vida.
Consejos para acompañar en el duelo
No hay un método único de acompañar en el duelo. Cada proceso de duelo es único y, como tal, las necesidades de cada doliente también lo son. Habrá quienes necesiten hablar de su pérdida y habrá quienes prefieran esperar un tiempo antes de entrar en detalles; habrá quienes busquen métodos de activación, de distracción, y quienes necesiten parar y descansar. Todo se puede dar en la misma persona en momentos diferentes, pues, igual que en nuestro día a día, no siempre tenemos las mismas necesidades.
Si alguien en tu entorno está transitando por un duelo, asegúrate de estar a su lado. No podemos quitarle el sufrimiento —no podemos devolverle aquello que ha perdido—, pero podemos estar a su lado para brindarle el apoyo emocional que necesita. El duelo es un proceso confuso, doloroso, devastador, que a menudo puede sentirse muy solitario y aislado. Asegúrate de que la persona a quien quieres acompañar no está sola, y asegúrate de que sabe que estás a su lado. En función de sus necesidades, puedes acompañarle garantizando su autocuidado: acompañándole en las comidas o ayudándole en otras tareas del hogar.
Si crees que la persona a quien acompañas o tú estáis pasando por un duelo que requiere ayuda profesional, no dudéis en pedirla. En ocasiones, es necesario apoyarse en ayudas externas para poder transitar los fuertes sentimientos que surgen a partir de una pérdida significativa. Puedes ponerte en contacto con nosotros a través de nuestro Centro de Atención Integral Rey Ardid, desde donde nuestros profesionales te ofrecerán una ayuda personalizada y humana.
Además, desde la Fundación Rey Ardid se está ejecutando durante todo el año 2025 el programa “Hablemos del duelo” impulsado por el ayuntamiento de Zaragoza. Podrás acceder a grupos de apoyo al duelo en los Centros de Convivencia para personas Mayores.
Alicia Losada. Psicóloga y técnica en gestión del conocimiento en Fundación Rey Ardid