La deuda de la comunidad con las personas con trastorno mental grave

Los episodios de crisis en personas con trastorno mental grave (TMG) no son simples sucesos aislados que surgen de una carencia de herramientas propias para la autogestión, así como tampoco resulta honesto situar el foco exclusivamente en qué debe hacer la persona en su proceso de recuperación. Estas crisis son, en gran medida, el reflejo de una sociedad que les ha excluido sistemáticamente. A menudo, estas personas enfrentan barreras -reparables- en su intento de participar plenamente en la comunidad, lo que perpetúa un ciclo de exclusión, estigmatización y trauma en espacios que deberían brindarle seguridad, acogida y trato humano.

Estigma y exclusión en la salud mental: historia de una negligencia social

El estigma hacia las personas con TMG sigue siendo uno de los principales obstáculos para su inclusión. A pesar de los avances en la concienciación, persisten creencias obsoletas que las catalogan como “peligrosas”, “impredecibles” o “incapaces”. Este prejuicio no solo afecta a sus relaciones personales, sino que también se manifiesta estructuralmente: en la falta de políticas inclusivas, en la escasa representación en el empleo o en los servicios públicos que las tratan como casos clínicos en lugar de ciudadanos plenos.

Enfrentarse a estas trabas diariamente tiene un costo psicológico devastador, reforzando su sentimiento de aislamiento, rechazo y otredad. Intentar formar parte de la comunidad y encontrarse con actitudes condescendientes, infantilizadoras o culpabilizantes es una experiencia frustrante, hiriente y potencialmente traumatizante, cuando es precisamente la reparación de su experiencia en la vinculación con el entorno uno de los elementos más significativos en su recuperación.

Las barreras del entorno

La exclusión no es casual; pertenece a errores en el diseño de nuestras estructuras sociales y sistemas institucionales:

  1. Falta de servicios integrados: Los sistemas de salud mental suelen operar aislados de las necesidades de vivienda, empleo o integración social, perpetuando crisis y hospitalizaciones.
  2. Entornos laborales no inclusivos: Las tasas de desempleo entre las personas con TMG son alarmantes, lo que impide su independencia económica y refuerza su exclusión social.
  3. Espacios públicos segregadores: La falta de accesibilidad y de adaptación a la individualidad de cada persona limita su participación en actividades recreativas, culturales, formativas o comunitarias.
  4. Formación deficiente en instituciones clave: Razón por la que profesionales en salud, educación y justicia a menudo se resisten a personalizar la atención en función del usuario.

Bases hacia la acción en comunidad

Para revertir esta situación es necesario un cambio estructural, cultural y de filosofía ciudadana. Resulta imperativo desarrollar:

  • Educación masiva contra el estigma: Incorporar la salud mental en los planes educativos desde edades tempranas no como un tema médico, sino como un aspecto intrínseco de la diversidad humana.
  • Escenarios seguros y accesibles: Diseñar ciudades y sistemas que fomenten la interacción y el sentido de pertenencia para todos sus habitantes, con especial atención a quienes suelen quedar al margen.
  • Espacios para la revisión y autoanálisis: La comunidad y sus procesos deben estar capacitados para ofrecer refugio y buen trato a cualquier ciudadano, mermando los obstáculos que lo dificulten.

No es caridad, es justicia

La exclusión de las personas con trastornos mentales graves supone un categórico fracaso social. Mientras el estigma, la ausencia de sensibilidad y nuestras resistencias definan nuestra relación con estas personas, no repararemos un vínculo que está roto. Si bien es cierto que una parte de la responsabilidad terapéutica queda en sus manos, es urgente reconocer la importancia de nuestro papel colectivo en esta tarea, empezando por reconocer la discapacidad de la comunidad en su incapacidad para incluir lo diferente.

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